Las últimas ocasiones en las que el artista más reconocido de México tentó a sus seguidores con un concierto más resultaron en abucheos, en un sentimiento de ira generalizada, en la más profunda decepción de quienes

aún le profesaban su fe y seguían agotando sus boletos.

Ya desde el 2015, galán del impecable bronceado parecía tener una especie de aversión a subir al escenario para hacer lo suyo. Si no cancelaba justo antes

de que iniciara el espectáculo, era capaz de mantenerse apenas 20 minutos

sobre las tablas antes de salir huyendo por la puerta trasera.

Los escándalos se convirtieron en una sombra perenne para él, el ídolo que tocó fondo al acaparar de nuevo los titulares de la prensa rosa con la noticia de que estaba detenido en Los Ángeles, Estados Unidos, y que tuvo que saquear sus propias cuentas bancarias para pagar $1 millón de fianza

y recuperar su libertad.

Pero ¿qué pasó con Luis Miguel, el artista que causaba la euforia colectiva, el

indiscutible latin lover, el primer latino que colmó el Madison Square Garden de Nueva York, cuando tenía apenas 23 años? Hay muchas respuestas posibles y ninguna,al mismo tiempo.

Podríamos culpar a la nube negra que opacó su brillo en el 2015 y que

lo sumió en el licor y en los rumores de una inminente depresión, o podríamos achacar la responsabilidad a ese pasado que lo convirtió en un cuerpo

celeste tan brillante y tan intenso, que hizo que nadie fuera capaz de verlo directamente.

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