¿Qué le puedo decir a futuros periodistas? Hace poco me invitaron a

darles una charla a los estudiantes que se graduaban de la maestría en

periodismo de CUNY (the City University of New York). De ahí salen, sin

duda, algunos de los mejores reporteros digitales de Estados Unidos. Lo

primero que les dije es que no hay preguntas estúpidas.

   Y luego esto: La gente con poder — presidentes, reyes, dictadores,

militares, políticos, empresarios, celebridades y demás — odia que la

cuestionen. Les encanta tener la última palabra. Pero nuestro trabajo es

precisamente incomodarlos y hacerles preguntas difíciles.

   Eso es lo que nos toca hacer. Los médicos salvan vidas. Los políticos

gobiernan. Ingenieros y arquitectos hacen estructuras funcionales. Los

artistas crean belleza. Y nosotros les hacemos preguntas a quienes no las

quieren contestar.

   Si no te quieres meter en problemas, esta no es una profesión para ti.

Los poderosos harán cualquier cosa para evadir tus preguntas. (El

periodismo es, desafortunadamente, una de las profesiones más peligrosas

en muchos países. En México, por ejemplo, nos han asesinado a decenas de

periodistas en los últimos dos sexenios. Y donde no te matan, te

insultan.)

   A finales del 2018 el presidente Donald Trump le dijo a Abby Phillip,

corresponsal de CNN en la Casa Blanca, que hacía muchas preguntas

“estúpidas”. Phillip le había preguntado al presidente sobre la

investigación rusa que podría llevarlo a su destitución. La pregunta fue

al corazón y, por eso, Trump reaccionó atacándola.

   Para hacer preguntas duras es preciso tener una voz fuerte. Para eso

no tenemos que trabajar en una cadena de televisión o en un diario de

gran reputación. Las redes sociales nos permiten vivir en muchas

plataformas con miles (y hasta millones) de vistas. Eso es nuevo.

   Ya no es preciso esperar años para poder hablarle a una gran

audiencia. Con un teléfono celular basta. Los periodistas de esta

generación son, tecnológicamente, más diestros que nunca. Pero asegúrense

de no entregarle el micrófono a nadie.

   Eso es lo que la Casa Blanca trató de hacer con el corresponsal Jim

Acosta durante la última conferencia de prensa con Trump. Una asistente

presidencial le trató de arrebatar el micrófono a Acosta, para que no

siguiera haciendo preguntas sobre una invasión de inmigrantes que Trump

se había inventado, y el periodista no se dejó. El incidente le costó al

reportero su credencial de prensa y acceso a la Casa Blanca por unos

días. Pero nunca entregó el micrófono y siguió preguntando.

   No le des tu micrófono a nadie. En tu voz está tu fuerza. Cuídala y

respétala. Las palabras importan. De nada sirve nuestro trabajo si la

gente no cree lo que dices. En esta profesión no nos dan medallas por

credibilidad ni existe un sistema de deducción de puntos cuando nos

equivocamos o no decimos la verdad. Las audiencias, tus seguidores y los

telespectadores te van a creer hasta que dejen de hacerlo. Y una vez que

has perdido su confianza es casi imposible recuperarla. Cuida tus

palabras en todo momento, igual en una entrevista que en un tuit o en una

conversación que tu creas que es privada. (Advertencia: Nada es privado,

todo se sabe.)

   El periodismo es una maravillosa profesión — el mejor oficio del

mundo, según Gabriel García Márquez — que te permite cambiar las cosas,

reportar lo invisible e influir en la dirección del planeta. La gran

corresponsal de guerra, Marie Colvin, a quien perdimos en un ataque en

Siria en 2012, solía decir que los periodistas “creemos que podemos hacer

una diferencia”. Tenía razón. Sus valientes reportajes desde zonas de

conflicto, denunciando horrores, torturas y tragedias, seguramente

salvaron muchas vidas. ¿Y cómo lo logró? Nunca se quedó callada.

   Esta no es una profesión silenciosa. Cuando los reporteros se quedan

callados, como muchos lo hicieron antes de la guerra en Irak en el 2003 o

como ocurre en sistemas autoritarios, muchas vidas se pierden.

   Lo mejor de todo es que el periodismo es bueno para la salud. Te

mantendrá joven y rebelde por el resto de tus días. Siempre y cuando te

atrevas a hacer las preguntas que te hacen sudar las palmas de las manos

y que te echan a correr el corazón. Ya lo sabes: No hay preguntas

estúpidas.

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